jueves, 20 de noviembre de 2014

En gozo, incluso, en el dolor




Para el ser humano común el dolor es expresión de un mal momento. Así, cuando una persona se ve sometida por los influjos de la enfermedad no parece que pase por el mejor momento de su vida. Lo físico, en el hombre, es componente esencial de su existencia y no puede negar que, en efecto, puede padecer y, de hecho, padece sufrimientos y pasa por tribulaciones muy dolorosas.


Pero hay muchas formas de ver la enfermedad y de enfrentarse a ella. No todo es decaimiento y pensamiento negativo al respecto del momento por el que se está pasando. Y así lo han entendido muchos creyentes que han sabido obtener, para su vida, lo que parecía imposible y que cifrado en gozo es, ¡vaya por donde!, bastante.


Dice san Josemaría en el número 208 de “Camino” “Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!” porque entiende que no es, sólo, fuente de perjuicio físico sino que del mismo puede ser causa de santificación del hijo de Dios si sabe entenderlo correctamente.


Pero en “Surco” (otro texto) dice el Fundador del Opus Dei algo que es muy importante: “Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?”


Por lo tanto, no vale la pena deshacerse en maledicencias contra lo que padecemos. Espiritualmente, el dolor puede ser fuente de provecho para nuestra alma y para nuestro corazón.


En el sentido aquí expuesto abunda el emérito Papa Benedicto XVI cuando, en el momento del rezo del Ángelus del 5 de febrero de 2012 dijo que “Sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición típicamente humana, en la cual experimentamos realmente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento que restaura, en el cual experimentar la atención de los otros y ¡prestar atención a los otros! Sin embargo, esta será siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil.”

Sin embargo, en determinados momentos y enfermedades, el hecho mismo de salir bien parado de la misma no es cosa fácil y se nos pone a prueba para algo más que para soportar lo que nos está pasando.

Entonces, “Cuando la curación no llega y el sufrimiento se alarga, podemos permanecer como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del mal? Por supuesto que con la cura apropiada --la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y estamos agradecidos--, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a la gente que sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5,34.36). Incluso de frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que es humanamente imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la respuesta verdadera, que derrota radicalmente al mal. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que viene del Padre, así nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios."


Fe en Dios. Recomendaba entonces el Papa alemán y que, no olvidemos, es lo único que nos puede sustentar en los momentos difíciles de nuestra vida pues siendo la enfermedad uno de los más destacados, no podemos dejar de lado lo que nos une con nuestro Creador. Y eso también nos une, también nos une.
En realidad, lo que nos viene muy bien a la hora de poder soportar con gozo el dolor es el hecho de que nos sirva para comprender que somos muy limitados y que, en cuanto a la naturaleza, con poco nos venimos abajo físicamente. Nuestra perfección corporal (creación de la inteligencia superior de Dios) tiene, también, sus límites que no debemos olvidar.


Pero también el dolor puede servirnos para humanizarnos y alcanzar un grado de solidaridad social que antes no teníamos. Así, ver la situación en la que nos encontramos puede resultar crucial para, por ejemplo, pedir el oración por el resto de personas enfermas que el mundo padecen diversos males físicos o espirituales.

Es bien cierto que la humanidad sufre y que, cada uno de nosotros, en determinados momentos, vamos a pasar por enfermedades o simples dolores que es posible disminuyan nuestra capacidad material. Sin embargo, no deberíamos dejar de pasar la oportunidad que se nos brinda para, en primer lugar, revisar nuestra vida por si acaso actuamos llevados por nuestro egoísmo y, en segundo lugar, tener en cuenta a los que también sufren para pedir para ellos una mejoría… según sea la voluntad de Dios.

Y si, acaso, no comprendemos lo aquí se quiere decir, bastará con conocer al Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo como para darse cuenta de lo que en verdad hacemos negando, si así lo hacemos, el bien que podemos hacernos al gozar del dolor o hacer del mismo algo gozoso.


Eleuterio Fernández Guzmán


Para afrontar el dolor






A lo largo de nuestra vida se producen momentos en los que el dolor parece adueñarse de lo que somos. Incluso podemos sufrir por aquello que le pasa a nuestro prójimo cuando, por ejemplo, tenemos conocimiento de que un ser humano de muy corta edad, quizá meses, está luchando por su vida en la cama de un hospital porque una grave enfermedad le aqueja.

El dolor no es poco lo que condiciona nuestra existencia e, incluso digo, cuando se trata de uno que pueda parecer ajeno pero que por ser hijos de Dios y, por tanto, hermanos, no deja de afectarnos, no es deberíamos descartarlo nunca como compañero de viaje.  

Hay muchas personas que, no siendo especialmente religiosas no acaban de entender que del dolor también se puede obtener buen fruto. A lo mucho que aspiran es a no sufrir nunca y a mantener la creencia según la cual es mejor no pensar en algo que, por otra parte, es ineludible.

Cuando finalizó el Vía Crucis en el Coliseo de Roma en la Semana Santa de 2011, el emérito Benedicto XVI dijo, entre otras cosas, esto:

“En la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la familia no está sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que debemos acudir cuando las vicisitudes humanas y las dificultades amenazan con herir la unidad de nuestra vida y de la familia. El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante con esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la vivimos con Cristo, con fe en él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo resucitado, la pascua de cada hombre que cree en su Palabra.”

En efecto, no estamos solos porque hay muchas personas que pueden sostenernos en el dolor. A través, por ejemplo, de la oración, unos nos ayudamos a otros y con la misma llamamos al corazón de Dios para que tenga una voluntad que, siendo la que quiera que sea, lo sea buena y benéfica para quien más necesita de Misericordia y de Amor. Y en eso esperamos que lo mejor de nosotros salga a la luz del día. Oramos y rezamos, entonces, por quien necesita nuestro rezo o nuestra oración. Y le pedimos a Dios por medio de su Hijo Jesucristo y pidiendo la intercesión de algún santo o santa a quien tengamos especial devoción…

Oración, oración, oración. Pedir al Padre por quien necesita su sí, su hágase mi voluntad y que la misma sea la que sea aceptada por quien la busca y la necesita.

El dolor, a lo mejor, compartido, puede parecer menos dolor porque sabemos que hay otras personas que están pidiendo por una necesidad muy especial.

Por eso, como bien decía el Santo Padre, en la Pasión de Nuestro Señor tenemos la esperanza que nunca debemos perder y que hace de nosotros unos seres indestructibles ante lo que destruye, destroza y mata. Por eso, también, es Cristo quien soporta nuestra pena y quien nos da aquello que, en un momento determinado, nos pueda faltar de fe o de creencia en Dios.

Nunca nos falla quien nunca falla y, así, el Creador, a quien nos dirigimos implorando su clemencia y sus manos buenas, ha de quedarse mirando como aún sin conocer personalmente a la persona por la que se pide, se hace con la pasión de quien sabe que Dios es bueno y es justo y que nunca abandona a nadie de su rebaño.

El dolor, así, puede ser menos dolor pero, sobre todo, es germen de esperanza que nunca muere.


Pidamos, pues, por quien necesite la especial intervención de Dios para remediar un gran mal y que sea, más que nunca, su voluntad la que prevalezca y si la misma es que quien sufre deje de hacerle, agradezcamos lo que así sea. Y si es de otra manera… el Creador, que siempre es providente, sabrá hacer nacer, también, el agradecimiento.


Eleuterio Fernández Guzmán